Una entrevista ¿antigua?

A mediados de los años 90 hice esta entrevista John Maddox, entonces director de Nature. Se publicó en A ciencia cierta, un suplemento de divulgación científica que editaba el CSIC y que se encartaba en periódicos regionales. ¡Qué distinto, qué igual!

John Maddox:
«Es una pena que tantos científicos  españoles de talento sigan trabajando en el extranjero»

A la pregunta de si «se siente un hombre con poder», John Maddox responde con un escueto «sí». Para este británico que ejerce de británico, director de Nature y elegante fumador, el actual sistema de evaluación científica se encuentra en fase terminal. Puede que aguante hasta que acabe el siglo, pero pronto será necesaria otra manera de juzgar a los científicos, es decir, otra manera de ser en la ciencia.

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P – Usted está en El Escorial en un curso organizado por la Asociación Española de Periodismo Científico, es decir, de divulgación e información científica pública, no un congreso científico de los que frecuenta habitualmente. ¿Qué piensa de la ciencia en los medios de comunicación?
R – Esta es una cuestión que me interesa mucho, entre otras cosas porque yo mismo he trabajado para periódicos. Empecé mi vida académica en Manchester (estudiando química) y luego estudié en Oxford (física teórica); después, mientras enseñaba en Manchester, trabajé para el «Manchester Guardian» durante 7 años y lo pasé muy bien. Tenía una página semanal de ciencia, de divulgación científica. Por eso he sido las dos cosas, periodista y profesor: he visto los dos lados. En 1966 empecé en Nature, en Londres, hasta 1973, y luego volví al puesto en 1980. Creo que la divulgación científica es un asunto muy importante, es interesante que se explique la ciencia. De todas formas, en mi opinión el periodismo científico debe instruir sobre cuáles científicos tienen más credibilidad y cuáles menos. Es como lo que pasa con el derecho, cuya jerga particular no hace falta entender completamente para saber si de este abogado uno se puede fiar o si este juez es de fiar o si fulano es un sinvergüenza. Por esta razón me gustaría publicar una enciclopedia sobre «Científicos en Gran Bretaña», y cuáles son de fiar, «Científicos en España», y cuáles son de fiar…
P – Y, desde el punto de vista de la divulgación ¿es mejor que haya científicos periodistas o viceversa?
R – No importa mucho siempre que se entienda y se respete el otro punto de vista. El periodista debe conocer los métodos científicos y el científico debe conocer las necesidades del periodista, de la información. Cuando un científico expone una teoría, cuenta su opinión y dice que es la opinión de la ciencia. Los periodistas se preocupan de encontrar otras opiniones. Los científicos deben tener el valor de exponer las opiniones opuestas a la suya. La labor de divulgación que pueden hacer, de todas formas, es limitada. Los científicos necesitan a los periodistas más de lo que los periodistas necesitan a los científicos.
P – En uno de sus artículos en Nature, usted hablaba recientemente de la competitividad en ciencia y llegaba a afirmar que tanta competencia puede matar la ciencia. ¿A este extremo se ha llegado?
R – ¿Me está preguntando por Perucho? [Maddox, durante su estancia en España, ha respondido sobre todo a preguntas sobre el asunto Perucho, el científico español afincado en EE.UU. que mandó un artículo a Nature, desde donde se lo devolvieron para hacer unas correcciones; entre tanto, otro científico norteamericano, a quien Perucho había adelantado los resultados de su trabajo, lo publicó en otra revista, con el consiguiente enfado de Perucho. Cuenta Maddox que, cuando fue a verle desde California a su despacho de Londres, Perucho no le estrechó la mano para saludarle, pero, después de las explicaciones, le dijo: ahora sí le doy la mano.]
Este es el clásico caso de un científico honrado que tiene un mal comportamiento, no ilegal pero sí descortés. El problema es que un científico, y esto ocurre especialmente en EE.UU., si no consigue una subvención para su trabajo, está perdido, ya que tampoco conseguirá ser nombrado profesor de universidad. Si al año siguiente tampoco consigue subvención, puede incluso perder su puesto… es un círculo vicioso. La única forma de investigar es conseguir subvenciones y, para ello, lo mejor es publicar en sitios como Nature, Science, Cell, especialmente en la investigación biomédica. Pero el problema surge cuando hay gente trabajando en el mismo asunto y uno lo soluciona antes que otros. El que gana recibe todos los reconocimientos, mientras que para otros es como si nunca hubieran trabajado en ello. Hay mucha gente que llega en segundo lugar, simplemente por mala suerte, y se les niega su sitio en la comunidad científica. Es algo muy injusto pero que ocurre a menudo, especialmente en Estados Unidos, y crea tales presiones que muchos científicos se apresuran a publicar hallazgos que consideran interesantes sin haberlos verificado o, aún peor, en algunos casos, se los inventan. Es una lástima porque va en contra de todo lo que la ciencia debería representar.
P – La revisión por pares, que debe controlar que lo que se publica es veraz y al mismo tiempo no «dar argumentos al enemigo» ¿es un buen sistema, es el único, es el mejor, el menos malo?
R – Es el único sistema que tenemos, pero no creo que lo tengamos mucho tiempo más. Terminará el siglo, pero cada vez es menos operativo; como usted dice se ponen en manos de «enemigos» conocimientos novedosos. En Nature nos pasa lo siguiente: recibimos unos 250 originales semanales, de los cuales devolvemos unos 150 y mandamos 100 a diferentes árbitros, es decir, necesitamos 200 árbitros semanales. Lo que los árbitros dicen es a menudo incomprensible. Deberían estar dando su opinión sobre la obra de un colega, pero muchas veces no se molestan en comprender el trabajo que ha hecho otra persona, de modo que rechazamos el original, y el autor se queja, cosa comprensible, y el árbitro sostiene su opinión, y hay que llamar a un tercero… No es un sistema fiable, y probablemente dentro de algún tiempo habrá árbitros independientes que trabajarán en ello un día a la semana.
P – ¿Qué posibilidades hay de que se imponga cierto control democrático de la ciencia? ¿Puede o debe la sociedad intervenir en ello?
R – Un ejemplo: en Japón, hace seis años, hubo gran jaleo a propósito de lo que llamaron la quinta generación de ordenadores: un ordenador que aceptaría órdenes en inglés o en japonés, que no habría que tocar, que parecería casi un robot. Hablar de algo que luego quedó en nada fue un error que costó dinero a muchas empresas. ¿Por qué lo hicieron? Porque el Mº de Comercio y el Mº de Finanzas querían que las empresas dieran a conocer el dinero que gastaban en investigación. Otro ejemplo: cuando los franceses empezaron a desarrollar el Tren de Alta Velocidad, los británicos decidieron que ellos tenían que hacerlo también, y empezaron a hablar de los beneficios económicos para el país, de la rivalidad con Francia, etc. Se invirtieron unos 300 millones de libras, y resultó tener dos grandes inconvenientes. El primero, en el sistema hidráulico que permite que la gente soporte las curvas, el agua se helaba cuando la temperatura exterior era inferior a cero, y el segundo, que en las curvas los vagones se inclinaban hacia fuera en lugar de hacia dentro, lo cual mareaba a los viajeros. De modo que abandonaron el proyecto. Los franceses tuvieron éxito porque llevaban muchos años trabajando en ello, mientras que los británicos llevaban bastante tiempo sin investigar en materia de trenes y se metieron en ello sin gran decisión. Lo mismo está ocurriendo en California con el coche eléctrico: si California aprobara una ley según la cual todos los automóviles tuvieran que ser eléctricos a partir del año 2000, tendrían que invertirse muchos millones de dólares en mejorar las baterías eléctricas y es un caso en el que demasiada democracia supondría el gasto de demasiado dinero.
P – Entonces, ¿no hay forma de que exista control democrático de los ciencia? o, en su opinión, ¿no sería bueno?
R – Ahora tenemos una prueba con la cuestión de la manipulación genética. En todo el mundo se entiende que ningún investigador debe culminar su trabajo sin defender sus experimentos ante un grupo de gente que incluya a personas ajenas a la comunidad científica. Creo que está bien. La sensibilidad actual respecto a la genética permite hacerlo, y si no se hiciera podría existir miedo justificado ante algo que puede ser peligroso. Esta puede ser una manera adecuada de alinear al gran público con la ciencia.
En el último Congreso de la Federación Europea de Sociedades de Bioquímica, FEBS, celebrado en Estocolmo en el mes de julio de 1993, John Maddox participó como orador en la sección «Bioquímica y sociedad». En una mesa redonda, después de librarse, siempre con elegancia, de decenas de científicos de todo el mundo que querían hablar con él -era, sin duda, el hombre más solicitado del Congreso- varios bioquímicos hablaron sobre ética y genética y sobre la necesidad de la bioquímica de imbricarse en la sociedad, pero obviando el tema del control democrático de la ciencia. Una cosa, según todos los presentes, es que comités en los que haya no científicos opinen y otra que esos comités pueden controlar la ciencia.
P – ¿Pero qué pasa cuando los científicos se comportan mal, comenten fraudes o plagian? En general no es fácil detectarlo ni castigarlo. La comunidad científica es la única del mundo en la que una serie de personas juzgan a la misma gente con la que están trabajando: son los mismos, alternándose, los jueces y los juzgados. ¿No hay un conflicto de intereses?
R – Voy a contarle el caso de un colega ruso, nacionalizado norteamericano: este científico conocía a Lysenko, que intentó convencerle de que formara parte de su grupo de alumnos. Al final, acabó por convertirse en director del nuevo instituto en Moscú, pero fue despedido, no por ser judío, que lo era, sino por contratar a demasiados judíos. Durante ocho años estuvo sin trabajo, hasta que se fue a Estados Unidos. Hace poco hablábamos sobre Lysenko y sobre cómo había acudido a personas ajenas al mundo científico. Cómo embaucó a Stalin y consiguió que le diera el dinero que quería, y cómo se salió con la suya durante 25 años. Este es un ejemplo de cómo el mundo exterior no fue capaz de ser buen juez de lo que es buena o mala ciencia y son los científicos quienes deben hacerlo. A mi juicio, la comunidad científica tiene, en general, bastante buen comportamiento. Si hay gente que adopta una tendencia equivocada, tarde o temprano dejan de hacerlo y tarde o temprano se les excluye. Desgraciadamente, la comunidad científica no es tan rigurosa como debiera, y he conocido muchos casos de personas culpables de mala conducta que no son expulsados sino que se limitan a cambiar de trabajo. Es una pena. Se deja que esa persona vaya a trabajar para otra empresa, y probablemente esa persona no va a volver a actuar así, pero no basta con ello. Creo que una de las labores del periodismo es recordárnoslo.
P – ¿Quién cree que tiene ahora el poder en la ciencia? ¿Las administraciones públicas y las fundaciones privadas que tienen el dinero, los gobiernos, las publicaciones o los científicos?
R – Sin duda, los organismos gubernamentales son los más poderosos. Son los asignan dinero para investigación, los que deciden qué investigaciones se realizan. Por eso es importante que dichos organismos se responsabilicen y sepan a quien le dan dinero y para qué.
P – Pero este tipo de organismos conceden dinero al científico que tiene un buen curriculum, es decir, que ha publicado mucho en una buena revista, como la suya…
R – Sí, desde luego. Pero, sin duda, lo fundamental es de dónde procede el dinero, ya sea de organismos gubernamentales de investigación o de fundaciones privadas. Por ejemplo, en Gran Bretaña necesitamos ahora las fundaciones, que disponen de mucho más dinero que el programa nacional de investigación médica. La comunidad científica británica está preocupada porque, llegado el caso, las fundaciones no serán tan sensibles a las verdaderas necesidades de los científicos.
P – ¿Se siente usted poderoso en el mundo científico?
R – Sí, -es la primera respuesta, con una cierta sonrisa, durante la cena y sin micrófono. Después, ya con el casete, el director de Nature matiza su repuesta. Creo que el poder del que disponemos es muy limitado. Podemos publicar o rechazar un artículo de alguien. Si rechazamos un artículo que puede ser importante, está claro que causamos una enorme desgracia y perjudicamos la carrera de esa persona. Pero si afirmamos que un trabajo es muy importante, puede tener gran influencia en el mundo científico, se nos escucha. Ese es el tipo de poder que poseen los periódicos y las revistas; si un periódico dice que Bruselas debería aplicar determinada política en las universidades o en otra materia, Bruselas escucha. Ese es nuestro poder: influir en los organismos gubernamentales. Pero también en la comunidad científica. Es el mismo tipo de poder que poseen los periodistas en otros campos.
P – ¿Qué opina usted de la moda de acudir no a la revista especializada sino a la prensa en general para dar a conocer resultados científicos novedosos?
R – La literatura científica es muy importante como medio de contrastar unos resultados, un trabajo de investigación. Es el único testimonio histórico duradero de la ciencia. Y cualquier científico sabe que su reputación, al final de su carrera, estará fundada casi por completo en las contribuciones que haya hecho a la literatura científica. Si se trata de grandes aportaciones, sus nietos podrán hablar de él como gran científico, y en caso contrario, no podrán. De modo que se trata de algo muy querido por todos los científicos, que desean ser los primeros en publicar sus hallazgos en los medios especializados. El peligro no reside en que se vaya a los periódicos directamente. Primero, porque su hallazgo no figurará en la literatura científica, y, segundo, porque será imposible para los periodistas distinguir lo que es cierto de lo que no lo es. Los científicos suelen pensar que nunca exageran, pero sí lo hacen; algo que muchos consideran un avance puede no serlo. Ocurre constantemente, y para los periodistas no especializados puede ser imposible de diferenciarlo.
P – Nature tiene una base de datos con 17.000 científicos para hacer de árbitros. De ellos, solamente hay unos 25 españoles. ¿Por qué utilizan tan pocos árbitros científicos procedentes de España? ¿Es un reflejo del estado de la ciencia, o es un problema de idioma?
R – Es cierto que uno de los criterios para ser buen árbitro científico es hablar buen inglés. Tenemos muchos árbitros en Australia y también en Alemania. No es que España sea peor, es un fallo nuestro de reparto de funciones. Intentamos hacerlo lo mejor posible, sobre todo teniendo en cuenta que somos una revista de difusión internacional, pero nuestra cobertura no es todo lo amplia que debería ser, y España está mal representada en nuestro equipo de árbitros. Pero tenemos planes para mejorar nuestra forma de trabajar.
P – ¿Qué conoce y qué opina de la ciencia en España?
R – Ha tenido un progreso considerable en el último cuarto de siglo, sobre todo desde la llegada de la democracia. Tengo la impresión de que antes, en la década de los 60, personas que trabajaban en España como científicos tenían grandes dificultades para encontrar dinero para investigación y para mantenerse a la altura de sus rivales en otros países. Como consecuencia, se descorazonaban y se iban al extranjero. No obstante, ahí está el Centro de Biología Molecular, en continuo crecimiento. Y es una pena que siga habiendo tantos científicos españoles de talento que trabajan en Estados Unidos. Tengo la impresión de que, en los 15 últimos años, no han mejorado las subvenciones a la investigación; sigue habiendo problemas para encontrar trabajo en las universidades y los organismos de investigación, especialmente para los españoles que están en América y desean volver a España. Pero estoy seguro de que es cuestión de tiempo y, ¿cuantos Premios Nobel ha tenido España?
P – Dos, Santiago Ramón y Cajal en 1906 y Severo Ochoa en 1959.
R – Pues dado el número proporcionalmente alto de premios Nobel que posee España, creo que, en cualquier caso, con algo más de integración, se convertirá en la comunidad científica más importante del Mediterráneo. Puede suceder algo parecido a lo que sucede en Montpellier, en Francia, donde se da la mayor concentración de científicos que haya visto nunca en una ciudad de esas dimensiones.
Maddox, como la revista que dirige, se interesa por la política internacional, y así Nature opina de las elecciones en EE.UU. o en Japón, sobre la Cumbre de la Tierra (un editorial titulado «¿Protección del medio o imperialismo?») o sobre cualquier otro tema. Periodista al fin, no deja de preguntar sobre ciencia en España, sobre los vinos -alabando el rioja-, o sobre las publicaciones españolas. A Maddox, que es el espíritu de Nature, como a Terencio, nada humano le es ajeno.

¿QUIERE USTED PUBLICAR EN NATURE?

Los criterios de selección de trabajo para Nature son claros y concretos. No hay más que seguirlos para acabar teniendo un envidiable curriculum. Hay que hacer lo siguiente:

1 – El trabajo tiene que aportar algún descubrimiento que represente un avance genuino para la comprensión de la ciencia. Debe incluir algo novedoso, un elemento sorpresa.
2 – Lo que dice debe ser correcto, lo que en general corroboran los árbitros.
3 – Tiene que ser una aportación importante para ese campo científico, pero también para otros.
4 – Debe ser comprensible para el resto de la comunidad científica, reproducible y accesible.
5 – Debe presentarse de manera elegante, clara. Esto último, según Maddox, no es lo menos importante y, además, puede ser cumplido por todos los trabajos.