¡Viva México, que acogió a Odón de Buen! Y que ahora me acoge a mi para presentar en el Colegio de México mi biografía, con Carlos López Beltrán, Miruna Achim y Alberto Enríquez Perea, gracias al empuje de Mónica Serrano, hermana de mi muy querido primer amigo mexicano, Pedro Serrano.
En buena medida escribí la biografía para tener una excusa para ir a México y ahí voy, me salgo con la mía.
Odón de Buen, a quien descubrí al hacer la biografía de Ramón y Cajal, es un personaje espectacular. Fue catedrático de universidad 44 años, oceanógrafo, masón, “republicano exaltado y librepensador militante”, tal y como le definió Ramón y Cajal, que vivió justo entre las dos repúblicas españolas, lo que también permite enmarcar muy bien su vida política y su vida científica. Tuvo la fortuna de vivir una época apasionante en la que se salía de un periodo más bien oscuro, los reinados de Fernando VII y de Isabel II y que se culminaba con uno más oscuro todavía, la dictadura de Franco. En medio, 80 años de acción, de cambio radical en la España que tanto quiso. 80 años que nos deberían hacer olvidar esa idea melancólica del atraso de España y de la falta de ciencia a poco que se estudiaran y se conocieran con más detalle.
Escribí la biografía en una primera edición, en España, con la idea de dar a conocer una vida que a mi me resultó apasionante. Más tarde el Colegio de México tuvo la amabilidad de hacer una segunda edición justo en el país en el que más De Buenes viven. Desde luego, casi todas las vidas son interesantes y merecen ser contadas, pero la de Odón de Buen me sigue teniendo impresionado. Aquí, un pequeño resumen de este tipo que parace en la foto con cara de no haber roto un plato, aunque algún plato, y algún molde, sí que rompió.
Odón de Buen nació en Zuera, en 1863 y murió en México, en mayo de 1945. Su ideal republicano era un ideal de igualdad y de justicia, de oportunidades para todos, de cultura y ciencia divulgadas. En ello empeñó su vida, con regencia, con monarquía, con dictablanda, con república y con exilio. Porque por encima de todo era un apasionado científico que lo que pretendía, con Cajal, era hacer de España un país de ciencia. Su aportación más relevante en este campo sigue, 100 años después, vivita y coleando: el Instituto Español de Oceanografía, fundado en 1914 y que continúa con el mismo nombre y el mismo propósito para el que fue creado, una circunstancia poco habitual en nuestro país. Y, por cierto, continúa siendo una institución científica de primer nivel internacional.
De Buen pudo estudiar gracias a los cambios de leyes que trajo consigo la Primera República y, sobre todo, gracias a las ayudas del ayuntamiento de su pueblo, Zuera, y a su propio esfuerzo, sumado al de su familia. Simpático y brillante, desde muy pequeño, ya con once o doce años se financiaba a sí mismo dando clases a otros compañeros de cursos anteriores, tanto en Zaragoza, donde terminó el bachillerato y estudió el preuniversitario, como en Madrid, en sus años en la facultad de Ciencias. Su inquietud política le llevó a conocer a una de las personas claves en su vida, su mentor, y luego su suegro, Fernando Lozano, propietario del periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento en donde De Buen aprendería a escribir para el público, no solo para sus colegas científicos.
Fernando Lozano, conocido como Demófilo, le hizo ciudadano y por eso este periódico semanal fue para él tan escuela como las aulas de la universidad, o quizá más. Y junto a él se introdujo en la masonería y abrazó los ideales del libre pensamiento que sostendría toda su vida. Esa manera de estar en el mundo, crítico, solidario, valiente, insobornable, “radical en el fondo y suave en las formas”, sería su sello de identidad más característico.
Y, además, era un tipo con suerte. Por fortuna estaba en el sitio adecuado en el momento oportuno, por fortuna y porque no paró un minuto de buscar esa fortuna, de procurar, como decía Picasso, que la inspiración le pillara trabajando. Su sentido gremial, por otra parte, producto también de su don de gentes y de su visión política de la vida, hizo posible que se apoyara en gremios diversos para progresar. Así, miembro activo de su grupo generacional de naturalistas, estaba en la Real Sociedad de Historia Natural la precisa tarde en la que se supo que un barco de guardiamarinas daría la vuelta al mundo y que la Sociedad trataría de meter allí una comisión de naturalistas. La tarde precisa, el momento exacto.
Aquello no fue finalmente la circunnavegación de tres años que se había previsto –después de todo, era España- pero los cinco meses que pasó embarcado y visitando museos y facultades de ciencias cambiarían completamente su vida y, aunque resulte un poco grandilocuente decirlo, cambiarían la oceanografía española y ayudarían a cambiar la manera de enseñar en la universidad. En el momento de transición en el que le tocó ser estudiante, la mayoría de los profesores daban clases más o menos magistrales y muy alejadas del campo. Hablar de bichos o de plantas sí, pero ni tocarlos. Bolívar había empezado a llevar a sus alumnos de excursión y De Buen, cuando fue catedrático, basó toda su enseñanza en las salidas al campo y en las prácticas de laboratorio. Tal y como ha escrito el historiador de la ciencia Thomas Glick, “Es importante darse cuenta de que De Buen está aquí describiendo una revolución en la enseñanza de las Ciencias Naturales, a base de trabajos de laboratorio y excursiones al campo, que él inició. No se trata sólo de una revolución conceptual. Faltaban marcos institucionales cuya institucionalización él mismo tuvo que estimular”.[1]
Dotado de aquellos conocimientos, y de aquel tesón, ayudado por muchos y buenos maestros, como el citado Ignacio Bolívar, José Macpherson, Lucas Mallada, Benjamín Máximo Laguna y Juan Vilanova, entre otros, la labor que emprendió, en el campo educativo y en el de la institucionalización de la ciencia del mar es enorme. Tan grande que pese al silencio espeso del franquismo no se pudo ocultar del todo. 25.000 alumnos a lo largo de 44 años de catedrático dan mucho de sí, sobre todo si se es un profesor que deja huella por sus conocimientos, por su didáctica y por su dignidad.
Repartió su cátedra entre la universidad de Barcelona, entre 1890 y 1911 y Madrid, desde 1911 y hasta su jubilación en 1933. Y, además de ser un profesor moderno en su didáctica, lo fue también en las materias que enseñaba, y así, fue el primero en escribir manuales de ciencias naturales en los que se explicaba la evolución, lo que por cierto le ocasionó un notable problema, cuando la Iglesia quiso echarle de la universidad. Él supo, como hacía siempre, convertir el problema en una oportunidad y, tras dos meses con la universidad cerrada, salió reforzado de aquella aventura.
A lo largo de su toda su vida Odón de Buen, cabezota y apasionado, no se apartó de su camino ni un momento, pero lo fue variando a medida que diversas situaciones fueron confluyendo y, sobre todo, lo fue adaptando a sus planes. Por ejemplo, la muerte de Nicolás Salmerón, su jefe político, en 1908, supuso también un cambio de rumbo. Recién terminada su etapa como senador, precisamente en la coalición que armó Salmerón, Solidaritat Catalana, el hecho de no salir elegido nuevamente y la desaparición de su jefe hicieron que se dedicara en cuerpo y alma a la ciencia, y a la organización de la investigación científica, y dejara de lado la política. En un ditirámbico artículo con motivo de su jubilación se hacía referencia a esta circunstancia añadiendo que España ganó un oceanógrafo pero perdió, quizá, un presidente de la República. No es posible, desde luego, imaginar el contrafactual, pero probablemente, como dice un amigo mío, le faltaba sectarismo para haber llegado a algo importante en política.
En la encrucijada entre la ciencia y la política tomó, además, otro camino diferente, que fue el de la organización de la investigación. Su importancia no radica en su relevancia como oceanógrafo, sin duda sus dos hijos que trabajaron en el IEO, Rafael y Fernando, fueron ambos mejores investigadores, si lo medimos con el rasero de las publicaciones originales, pero pudieron ser los investigadores que fueron porque encontraron el marco adecuado, más allá de las relaciones de parentesco. El marco que había creado Odón de Buen.
Entre las sorpresas que he encontrado al ir sabiendo más de la vida de Odón de Buen, una muy notable, para mí, fue descubrir sus trabajos como periodista, sobre todo como periodista científico. Si ganó sus primeras pesetas como maestro, de niño, como ya he dicho, probablemente ganó las segundas en su trabajo como periodista para el semanario de su suegro Las Dominicales del Libre Pensamiento. Aquello fue su escuela de política, pero también su escuela de redacción. Y su trabajo allí no era solo de divulgador, de publicista, como se decía entonces, sino de periodista científico en sentido estricto, contando noticias de ciencia de diversa índole, desde los kilómetros de red ferroviaria en Rusia hasta las investigaciones de los doctores Ramón (luego Ramón y Cajal) y Ferrán sobre el cólera tras la epidemia de 1885, una epidemia que causó una gran mortandad, matando entre otros al padre del propio De Buen.
Esa inclinación periodística está también, a mi juicio, relacionada con la característica de la que hablaba hace un momento: porque De Buen es periodista, y luego divulgador de la ciencia, para ayudar a la gente a adquirir conocimientos, a saber más. Desde siempre tiene muy claro que incrementar la cultura científica es incrementar los grados de libertad. El conocimiento es libertad, piensa, tal y como, por las mismas fechas, escribió el poeta José Martí: “Ser cultos para ser libres”. Odón de Buen y Rafaela Lozano tuvieron seis hijos, y todos ellos alcanzaron, como su padre, el grado de doctor. Cinco fueron catedráticos de universidad, cuatro, también como su padre, premios extraordinario de licenciatura y tres se casaron con las hermanas López de Heredia, hijas del bodeguero Rafael López de Heredia y Landeta, el creador de los vinos Viña Tondonia. Y la relación entre los De Buen y los López de Heredia tiene su gracia, porque se desarrolló a través de Lucrecia Arana, una más que famosa cantante de zarzuela de su época y la esposa del escultor Mariano Benlliure, ambos íntimos amigos de los De Buen. Lucrecia Arana se había quedado, con un año de edad, huérfana de padre, muerto en la tercera guerra carlista. La familia era de Haro y gracias a la relación con los López de Heredia, Rafael López de Heredia era también carlista, le ayudaron a estudiar música y a convertirse en la tiple más famosa del momento. Durante las dos primeras décadas del siglo, Arana y Benlliure eran la pareja artística de moda y todos ellos, los De Buen, los Benlliure-Arana y los López de Heredia se encontraban en los veraneos de San Sebastián. Y, así, Rafael, Sadí y Fernando de Buen se casaron con las tres hermanas Lopez de Heredia, Berta, Paquita y María del Carmen.
La vida de cada uno de ellos, no solo de estos tres, sino de los cualquiera de los seis, daría también para una buena biografía. Pero, en fin, volvamos al padre, a quien tenemos ya catedrático en Madrid, con el IEO fundado y convirtiéndose en una persona muy popular de su época, tanto que cuando aparecía en los periódicos no era necesario decir quién era.
Los años 20 fueron su década prodigiosa en los que su presencia internacional era muy notable. Había sustituido al príncipe Alberto de Mónaco en algunos comités internacionales y se pasaba la vida viajando, en campañas oceanográficas, en cuanto congreso de ciencias naturales se organizaba en Europa y poniendo en pie la investigación marina y pesquera española. Su amistad con el dictador Primo de Rivera, de quien había sido profesor particular, también le ayudo, en un rasgo más de su personalidad: tenía claras sus metas y trataba de conseguirlas por todos los medios.
Sin embargo, algo por lo que había luchado toda la vida, la república, fue para él un periodo más oscuro. Por una parte, se jubiló de la universidad, aunque no del IEO y aunque vio colmados algunos de sus proyectos, la situación general no le satisfizo. Para una persona con sus ideales, en los que la lucha conjunta por el bien común y el progreso social era parte constitutiva de su ser, las banderías republicanas le parecían contraproducentes.
En julio de 1936, en vista de lo agitado que estaba todo en Madrid, se marchó a su laboratorio de Palma de Mallorca, donde pensaba que estaría más tranquilo y más seguro. Sin embargo, en Baleares triunfaron las tropas sublevadas y en agosto de 1936 le detuvieron y pasó un año en la cárcel, hasta que fue canjeado, en agosto de 1937, por una hermana y una hija del dictador Primo de Rivera. El resto de la Guerra lo pasó en Barcelona y finalmente se exilió, primero en Francia y luego, desde 1942, en México, donde ya habían llegado tres sus hijos, los oceanógrafos Rafael y Fernando, y el jurista, Demófilo. Sadí, epidemiólogo y uno de los principales responsables de la desaparición del paludismo en España, había sido fusilado en 1936; Eliseo, encarcelado, no pudo llegar a México sino hasta 1951; y Víctor, el más pequeño, se quedó en España, donde fue, entre otras cosas, el primer rector de la Universidad Politécnica de Barcelona.
Pero aunque no quede su memoria, queda el legado de Odón de Buen. Y su legado es la investigación marina en sentido amplio, porque fue de los primeros en mirar al mar de manera sistémica. Su legado hoy es el IEO, una voz autoriza en el mundo internacional de la oceanografía. Odón de Buen pretendía que el conocimiento de los mares, de la biología marina, de la química y la física de los océanos, es decir, de la incipiente oceanografía, tuviera aplicación práctica inmediata, y por eso le interesaban los biólogos y los químicos, pero también los pescadores. Por eso, el IEO ha tenido siempre, y mantiene aún, una vocación muy especial como centro de investigación aplicada. Y desde luego, aunque sin usar palabra, que entonces no estaba en el vocabulario, Odón de Buen pretendía que la pesca fuera sostenible, que se hiciera con criterios ecológicos, que no se destruyan los caladeros por una pesca excesiva sino que el conocimiento sirviera, precisamente, para obtener los recursos en las mejores condiciones y garantizando su continuidad. También en esto fue un adelantado a su tiempo.
Sin embargo, Odón de Buen, tan popular entonces, es hoy un gran olvidado. Uno de tantos, es verdad, pero quizá un poco especial, porque en él se reúnen condiciones que hacen de su olvido una laguna mayor. Podría decirse que fue olvidado con ahínco, con muchas ganas, llegando al extremo de decir, como en el bolero que cantaba Toña la Negra, y más tarde Bebo y Cagala, “se me olvidó que te olvidé”. Su magisterio renovador en la docencia universitaria, su postura de pionero en la introducción académica del darwinismo en España, su papel como introductor e institucionalizador de la oceanografía y su relevante posición internacional, sucediendo al príncipe Alberto de Mónaco en algunos de sus cargos, hacen de él un personaje poco habitual. Verdaderamente, para olvidarlo había que olvidar mucho.Recuperar su figura es, por tanto, reparar en cierta manera ese gran olvido en una sociedad que con frecuencia, como decía el escritor Augusto Monterroso, tiene una cultura lacustre, es decir, llena de lagunas. Este centenario de su instituto está sin duda ayudando a recuperar su figura porque, me parece que por primera vez desde su muerte, los oceanógrafos del IEO le reivindican con ganas. Me gustaría que, en la medida de lo posible, mi investigación sobre este personaje, que he volcado en la biografía, colabore también a rescatar a alguien que sin duda merece ser rescatado del olvido. Por él y por nosotros; sobre todo por nosotros.
[1] Glick, Thomas F., 1989: La ciencia contemporánea en las memorias de Odón de Buen, “Actas del V Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas”, M. Valera y C. López Fernández (eds.), Tomo 1, pp. 229-243. [232]